07 mayo 2012

Una triste desaparición

La verdad es que cada día mueren muchas personas y, de hecho, es ley de vida y, cuanto mayor te haces, más probable es que alguien de tu entorno, sea porque es mayor o porque el infortunio le golpea, se marcha.

El viernes falleció alguien entrañable. No lo calificaría de amigo, puesto que esa palabra tiene, para mí, connotaciones importantes, pero sí conocido en el pueblo donde me crie de los 5 a los 27 años y, en un período concreto de mi infancia y primera adolescencia, cuando jugaba a ajedrez en el Club de Ajedrez Santa Perpetua (la palabra "escacs", en la España de 1976 cuando me federé por primera vez con 9 años no se usaba demasiado).

Los más veteranos, que hayan conocido el Club de Ajedrez Santa Perpètua en los 70 y 80, quizá recuerden al personaje.

La persona en cuestión, fallecida el viernes atropellado por un todoterreno, era Ricardo Cañabate, pero todo el mundo lo conocía por "Ricardito". Nombre de niño, para un niño grande. De hecho, según fuentes de diversos medios digitales que hablan de "un peatón atropellado", le atribuyen 55 años. Alguna otra fuente, 60 años. En cualquier caso, uno de los mayores misterios de Ricardito era su edad.

Cuando yo empezaba a jugar a ajedrez, después de algunos meses de jugar con compañeros del club, me federé y, lógicamente, en el club de mi localidad, el de Santa Perpètua. Club de "pueblo", con históricos jugadores de edad avanzada (para mí, más de 50 años, desde la perspectiva de los 9 años) y "mayores", que eran los de más de 20 años, entre ellos los, ahora cincuentones, Antoni Pous, Antoni Flores, Arturo Font (D.E.P.), Ramón Jané y Jordi Grabalós (D.E.P.), el minusválido que intentaba enseñar un poco a los mocosos que queríamos pasar del mate pastor.

Ricardito era peculiar. Ahora le llamarian "persona con síndrome de Down". En aquella época, donde todo era más bruto y menos políticamente correcto, a los gays se les llamaba maricas o maricones, a las prostitutas, se las llamaba putas y a las personas como Ricardito, con la fea palabra "subnormal". Así era, y así hay que reconocerlo. El lenguaje se ha depurado, por suerte, y somos más "formales". Con 9 años, cuando te enfrentas, de cerca, de muy cerca, casi a diario, con alguien que, en tu imaginario de niño, mitificas por desconocimiento, tienes cierto reparo y mucha curiosidad.

- "Un subnormal que juega a ajedrez", creo que pensaríamos más de uno (y no me acuerdo, aunque sé cuál es el razonamiento primario de un niño, puesto que lo he sido, y tengo hijos).
Bien, dejaré esa palabra, porque Ricardito no lo merece. En cambio, merece unas palabras de recuerdo, aunque no las podrá leer y desconozco si alguien de su familia leerá esto. Me da igual. Los homenajes pueden ser anónimos y, por ello, más sinceros.

Ricardito disfrutaba jugando a ajedrez. Era bajito, y murió bajito, lógicamente.
Cuando le preguntábamos su edad, inocentes, nosotros, nos decía 12 o 15 años. Los que teníamos 9 o 10 años, por aquel entonces los "jóvenes" del club, sabíamos que no era cierto, pero tampoco sabíamos, por sus rasgos típicos y su aspecto, si eran 15, 20 o 25. Él parecía disfrutar con el enigma.

Lo que nos sorprendía a todos, gratamente, era su juego. No voy a mentir diciendo que jugaba a un nivel estratosférico, pero su ELO actual, sería de unos 1800 a 1900, es decir, un jugador normal, pero del que no podías fiarte, ya que, igual, se dejaba una pieza (como me sigo dejando yo, 45 años después) que te daba mate en la última fila en una partida rápida con aquellos relojes de madera a los que se empujaba al tirar, o los primeros relojes de botón superior (toda una innovación en la época).

Le gustaba jugar y, sobre todo, le gustaba ganar, a poder ser "atracando", como dicen hoy en día los cachorros que pululan por esos torneos de Dios. Si te daba un doble de caballo, te hacía una descubierta o te dejabas la dama, Ricardito profería un sonido gutural, propio de su condición, que parecía el de una piara de cerditos. Ese era su encanto. Espontáneo, divertido y, lógicamente, feliz en esos momentos en el club.

Jugaba mucho y jugaba con todos. Y, además, disfrutaba en el "por equipos", en aquellos desplazamientos de finales de los 70, primeros 80, cuando ir a Santpedor a jugar un domingo a las 9,30 era equivalente a una exploración polar o a la selva amazónica, pues la niebla, las carreteras y los coches de entonces y que, no nos engañemos, todos éramos más inocentes, se antojaba un mundo.

Pasaron los años, los niños, crecimos un poco y Ricardito quedó por debajo en estatura. Lógicamente, incluso los que no somos muy altos, al superar su 1,50 escaso (o algo así), ya no le preguntábamos por la edad. Sabíamos, positivamente, que nos superaba en ¿10-15 años? Daba igual.

Dejé el ajedrez entre los 14-15 años, a nivel de club y federado y dejé de ir al Club con asiduidad.
Luego, en mi etapa de DJ, de los 14 a los 25, estuve pinchando con regularidad en el Pub Premier, regentado por buenos amigos en sus diversas etapas. Primero Paco, Mike Ureña y Pitu, luego Paco y Manolo y, posteriormente, Manolo y el recordado Ure (D.E.P.). Ricardito volvió a entrar en escena en mi vida.

Ya no era el ajedrez, era la música, las "tías" (no nos engañemos, los S. Down tienen apetencia sexual como todas las personas y Ricardito no era ninguna excepción) y el ambiente del Pub era propicio.

Todos, pero especialmente Paco Egea, dieron cariño a Ricardito que, recogiendo vasos, sirviendo algún cubata (esquivando parejas fogosas en los reservados) y disfrutando, al margen de su condición, creo que era feliz. O, al menos, lo parecía. Un día Paco organizó una "pelea" femenina en un ring de barro, con las luchadoras muy, muy ligeras de ropa. Ricardito fue el árbitro. Menos arbitrar, de todo.
 
Hasta los 27 viví en esa población y, hasta ahora, sigo yendo por ahí, ya que está cerca de casa y tengo ciertos vínculos personales. Me he encontrado a Ricardito muchas veces, siempre hemos charlado, ha charlado con mi hijo que, me decía, que, "para ser Down", habla muy bien y "no parece Down", excepto por aspecto y el timbre de voz.

También colaboró con clubs de fútbol como masajista, pero, otra figura importante en la vida de Ricardito, ha sido Arturo Pedrerol. Arturo, hermano de mi amigo de infancia, Víctor y, actualmente, con el que mantengo una buena relación, lo ha pasado bien con Ricardito. No se ha reído de él, se ha reído con él. Ricardito ha colaborado mucho en la radio con Arturo y, además, muchas cuñas del programa, tienen su voz.

Desconozco las razones por las que Ricardito (que siempre ha sido muy de ir por la carretera caminando y lo he recogido a veces en mi coche años atrás), iba a las 10,30 de la noche, y atravesó una carretera con mediana de 2 carriles. Seguramente perdió el autobús, o venía de darse una vuelta, o qué sé yo. Pero un todoterreno segó su vida. Triste manera de morir para una persona que, en sus condiciones, había vivido bastante y, a lo mejor, le quedaba por vivir mucho más.

Descansa en paz, juega alguna partida de ajedrez con algún golfo que encuentres por ahí, mientras miráis a las chavalas con minifalda y sintonizas a Arturo en la radio. Te estaremos observando, chaval, porque siempre has sido un chaval, un chaval grande. Con un gran corazón.